Licio Gelli revela cómo inició a Perón en la masonería
Hermandad. Perón entabló una estrecha relación con Gelli a partir de su exilio en Madrid. En septiembre de 1973 el hombre de la P2 estuvo en Buenos Aires y fue condecorado por el líder del Justicialismo con la Orden del Libertador San Martín.
Fue uno de los hombres más influyentes de Italia y del mundo gracias a los vínculos de Propaganda Due (P2), la oscura organización que encabezó. Se le atribuye participación en atentados, golpes de Estado y en el escándalo del Banco Ambrosiano, pero siempre fue sobreseído. En una serie de conversaciones con PERFIL desgranó parte de sus secretos: sus vínculos con Perón, su respaldo a Isabelita, la reunión masónica que encabezó Cámpora en la Casa Rosada y el contacto con los militares que dieron el golpe de 1976. También analizó los cambios de las últimas décadas en la Argentina y el retroceso de EE.UU.
Juan Domingo Perón se inclinó hacia el Gran Maestre, quien lo esperaba con el martillo de plata, el mandil en la cintura y la banda ceremonial ilustrada con el símbolo masón del compás y la escuadra. Cuando su boca estuvo cerca de la oreja de Licio Gelli, Perón separó suavemente los labios y le susurró al oído. Nadie los escuchó. El pasaje de secretos era la forma de ser aceptado. En Madrid, el jefe del peronismo atravesaba la ceremonia iniciática que le concedería el Grado 33 del Rito Escocés y lo convertiría en integrante del Consejo Supremo de la famosa logia Propaganda Due (P2).
“Perón era masón, yo lo inicié en Madrid.”
La voz de Licio Gelli llega del otro lado de la línea telefónica, desde su residencia de Villa Wanda, en la ciudad de Arezzo, Italia. Suena avejentado, pero todo permanece en su mente como una sucesión de diapositivas: sus recuerdos sobre la Argentina, la forma en que conoció a Perón, el modo en que esparció su influencia sobre el tercer gobierno justicialista a través de la P2, sus acuerdos con la dictadura militar, sus años como prófugo de la justicia europea en el Río de la Plata. Poder y oscuridad combinados en la memoria de un solo hombre.
“Perón era masón, yo lo inicié en Madrid, en Puerta de Hierro, en junio de 1973”, reafirma cuando se le pregunta sobre el acto por el que convirtió al jefe del justicialismo en miembro de la masonería.
—¿Cómo fue la ceremonia?
—Fue una ceremonia simple. No era difícil. Era un rito llamado al orecchio del maestro (al oído del maestro).
Gelli no titubea sobre los recuerdos de cuatro décadas atrás, a pesar de sus 89 años de edad. Pocos personajes en el mundo fueron vinculados a una cantidad semejante de conspiraciones como las atribuidas al capo de la P2. La comisión del Parlamento italiano que lo investigó le endilgó contactos con servicios secretos de 32 países. Se le imputó en 1971 la participación en un intento de golpe de Estado contra el gobierno italiano, en connivencia con los servicios secretos del Ejército. Además fue identificado como miembro de la agrupación internacional anticomunista Gladio, a la cual se atribuyen atentados en diferentes países. Investigaciones periodísticas lo asociaron también con la misteriosa muerte del papa Juan Pablo I y con el escándalo del Banco Ambrosiano, que terminó con el banquero Roberto Calvi colgado del puente Blackfriars de Londres.
Cuando se ausenta de su casa, una amable ama de llaves responde al teléfono: “Il commendatore non si trova”. Y ofrece el día exacto en que su patrón regresará a la mansión solitaria de Arezzo, que lleva el nombre de su fallecida esposa, Wanda, con quien se casó en 1944.
En los tiempos de su exilio español, y antes de su tercer gobierno, Perón se valió de Gelli para reconstruir su vínculo con el Vaticano y para utilizarlo como nexo cuando intentaba recuperar el cadáver de Evita, que había sido ocultado en un cementerio de Milán con el nombre falso de María Magistris. A la vez, Gelli desplegó en Argentina sus influencias a través de José López Rega, primero, y luego de sus aliados del Ejército, como el ex presidente de facto Roberto Viola y el jefe de los servicios secretos de la dictadura, Guillermo Suárez Mason. Cuatro décadas después, Gelli custodia en su memoria los secretos sombríos de la historia de Italia y de América latina.
Frases al teléfono. De pronto, tras insistentes llamados desde Buenos Aires que comenzaron un año atrás, Gelli atiende en octubre de 2007 a PERFIL, un hecho excepcional habida cuenta de la reserva con que conserva su vida privada y los escasos contactos que ha mantenido con el periodismo. Se muestra dispuesto a dialogar. Pero no ahora.
“¿Se viene a Italia?”, propone inesperadamente unos días después, en otro diálogo. Suena genuino en su ofrecimiento. Es necesario correr. Sacar los pasajes. Arreglar el alojamiento. Y cuando todo comienza a tomar forma, Gelli suspende la entrevista. Argumenta que tiene demasiado trabajo. Es verdad, unos ejecutivos de Sony negocian con “il Venerabile” la cesión de los derechos para filmar una película sobre su vida que, según afirman las agencias internacionales, protagonizaría George Clooney. La oscuridad se banaliza.
Los llamados se repiten desde la Argentina, pero siempre surge una nueva postergación.
En diciembre de 2007, en vísperas de la última Navidad, el Gran Maestre de la P2 vuelve a pedir que se lo llame más adelante para contestar las preguntas y se despide con auspicios: “Felicidad y paz”. El hombre de los buenos deseos es el mismo que, por ejemplo, fue acusado de entorpocer la investigación por la bomba que estalló en la estación de trenes de Bologna el 2 de agosto de 1980, la cual mató a 82 personas e hirió a otras 200.
Aunque la entrevista formal no se concreta, Gelli ofrece en sus respuestas telefónicas retazos de recuerdos sobre sus años de poder, que permiten delinear la magnitud de la influencia que la Logia P2 tuvo en la Argentina, tanto en el gobierno de Perón como en la dictadura.
En otra breve conversación, Gelli corrobora la firma de un documento de tres páginas, rubricado en una reunión secreta con el dictador Roberto Viola, donde se acordó la colaboración entre la P2 y el gobierno militar, tal como se lo había revelado con anterioridad al periodista italiano Sandro Neri.
“Me acuerdo completamente de todo –agrega–. Del tiempo en que estaba Lanusse, de cómo trabajó para hacer una especie de referéndum, de la llegada de Héctor Cámpora, después del doctor Lastiri. Luego de Perón e Isabelita. Todo”, afirma.
—¿Usted habla todavía con Isabelita?
—Sí. Se encuentra en Madrid. Se casó.
—¿Se casó nuevamente?
—Sí. Pero no por Iglesia. Se casó con un señor de muchos años.
—¿Cuál es el nombre?
—No. Lo que le dije es que es un señor de muchos años.
Así Gelli abrevia el diálogo y vuele a pedir que se lo llame más adelante.
En su reducto de la Toscana, entre colinas apacibles y edificios renacentistas teñidos de los tonos del atardecer, Gelli se mantiene al tanto de las noticias internacionales. De pronto, antes de saludar y de despedirse hasta el próximo llamado, pregunta por la nueva presidenta de la Argentina. Cristina Fernández de Kirchner acaba de asumir. Ahora, mientras corre enero en el calendario, pide que se le envíe el cuestionario por correo. Y al llamado siguiente ya no se encuentra. Cuando Licio Gelli vuelve a atender en los últimos días del verano revela el motivo de su ausencia.
“No, no estuve de vacaciones. Estuve en un hospital. Regresé el sábado. Estoy mejor. Necesito de una decena de días de convalecencia. Le respondo sus preguntas con gusto. Pero tras los diez días de reposo. Luego lo arreglamos.”
Un cable de la agencia italiana ANSA informa que el capo de la P2 “ha dejado el hospital de Arezzo y regresó a la Villa Wanda tras recuperarse de una descompensación cardíaca”.
El cuestionario enviado por correo desde la Argentina descansa sobre su escritorio. Pero no lo contesta. Ahora hay que buscar una excusa para quebrar el silencio. Una alusión casual a la herencia italiana materna de uno de los periodistas que lo contactan enciende su curiosidad.
—¿Cuántos años tiene usted? –pregunta Gelli a través del teléfono, cambiando los roles en el diálogo.
—Treinta y siete –responde PERFIL.
—¿Conoció a Perón en persona? –interroga el hombre de la P2 con interés.
—No. Yo nací en 1970. Era muy pequeño. Cuando Perón murió yo tenía cuatro años –se le responde.
—Yo fui uno de quienes lo conocieron muy bien. ¿Conoció a Isabelita? –insiste Gelli.
—No en persona. Un juez en Argentina había pedido su extradición. Pero la Justicia española lo rechazó.
—Sí. Lo sé. Es verdad. El pueblo argentino no se comportó bien con Isabelita. No la trató bien. Ella hizo mucho para el pueblo argentino. Cuando estaba el general Perón no existía la miseria que existe actualmente. En Argentina las cosas actualmente no van bien. Estaba mucho mejor cuando estaba Perón. Incluso en Italia se estaba mejor cuando estaba el fascismo. Ahora es una ruina. La gente muere de hambre. Nápoles está sumergido en la basura. La gente no puede vivir con lo que gana. Las industrias no existen más, están todas cerradas. Están matando los negocios.
—Es cierto que muchas industrias italianas no pudieron enfrentar la competencia de China –acota el periodista para mantener el canal de diálogo abierto. Finalmente, después de los infinitos juegos de esquives, Gelli avanza hacia algunas definiciones políticas.
—China ocupó prácticamente toda Italia. Es una mala señal –dice.
—¿Y cómo cree que se puede invertir el proceso?
—Ahora es tarde, porque China es fuerte incluso militarmente. Además está aliada con India. En Italia no hay más trabajo. Los puestos de trabajo los administran los chinos. Rusia está contra los Estados Unidos. China e India están contra los Estados Unidos. Corea del Norte está contra los Estados Unidos. Todos los países árabes están contra Estados Unidos. Los Estados Unidos están solos ahora. América no tiene más la fuerza que tuvo alguna vez, ni la consideración que tuvo alguna vez. Perdió toda su confianza porque los Estados Unidos, como sucede actualmente, incluso vio devaluarse su moneda, el dólar. Antes el dólar dominaba el mundo.
El agente norteamericano. Durante los años de la Guerra Fría el anticomunismo sirvió como vaso comunicante entre Gelli y los servicios secretos de los Estados Unidos. El capo de Propaganda Due siempre negó ser un agente de la CIA pero reconoce sus vínculos con la derecha norteamericana. Su nexo más estrecho fue Phil Guarino, quien integró los equipos de campaña de Ronald Regan y de George Bush y permitió que Gelli participara de la ceremonia de asunción de Richard Nixon. Otros, como el agente retirado de la CIA Richard Brenneke, aseguraron que la P2 era finalmente una creación de la inteligencia norteamericana para enfrentar el avance del comunismo en Italia.
Ya es pleno invierno en la Argentina de 2008. Gelli vuelve a contestar el teléfono días atrás. Tras ser internado nuevamente, se recupera en su mansión.
—¿Cómo se encuentra?
—Mire, yo ahora me voy de vacaciones. Regresaré el 1º de septiembre.
—¿Pero permanecerá en Italia?
—Estoy en Italia. Pero iré a un lugar para resolver mis problemas de salud. ¿Usted me envía las preguntas por correo?
—Pero ya se las había enviado.
—Nunca las recibí.
—Usted me dijo que las había recibido pero como eran muchas quería tomarse tiempo para contestarlas.
—¿Hace cuanto?.
—Hace medio año.
Todo amenaza con volver a comenzar. Hay que buscar atajos, caminos alternativos para obtener definiciones antes de un nuevo arrivederci.
—Usted contó que, durante el gobierno de Perón se realizó una reunión de masones de diferentes lugares de América en la Casa Rosada.
—Sí. En la Casa Rosada hicimos una reunión histórica de todos los grandes maestros de toda América. La presidió Cámpora. Yo, por supuesto, estuve presente.
—¿De qué se habló?
—Había grandes maestros de Argentina, Chile, de Uruguay, de Venezuela, de Brasil. Habían venido todos a la conferencia reservada realizada en los salones de la Casa Rosada.
Secretos. Tras décadas de silencio, Gelli comenzó en los últimos tiempos a deslizar sus secretos en cuentagotas. Se sabe, finalmente, que sus primeros contactos con Perón son previos a las elecciones que lo transformaron en presidente de la Argentina en 1945. Pero su vínculo se volvió estrecho durante el exilio en Madrid. En efecto, Gelli viajó con Perón en el avión que lo trajo de regreso a la Argentina y desplegó su influencia en el tercer gobierno peronista a través del ministro de Bienestar Social, José López Rega, el canciller, Alberto Vignes, y César de la Vega, por entonces máxima autoridad de la masonería en Argentina.
Paralelamente, Gelli afianzó fuertes vínculos con los jefes militares que derrocarían al gobierno peronista, en especial Suárez Mason y Emilio Massera, quienes luego aparecerían en la lista de integrantes de la P2 secuestrada por la Justicia en Italia. Más tarde, cuando el gobierno de Raúl Alfonsín enfrentaba una embestida desestabilizadora para frenar los procesos a los represores, que derivó en las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, Gelli se encontraba en el Río de la Plata, prófugo de la justicia europea y en comunicación con sus socios de la dictadura. Recién fue extraditado a Europa a comienzos de 1988. Meses antes había sido profanada la tumba de Perón en un extraño atentado con ribetes esotéricos, propias de la combinación de política y ritualidad que exhibía la P2 (tema investigado por el autor de la nota y el periodista David Cox).
“¿Usted sabe lo que sucedió al cuerpo de Perón? Fue verdaderamente extraño”, se le pregunta para que hable del oscuro episodio. “Lo sé”, responde Gelli, quien otra vez comienza a pedir que se lo llame más adelante.
—¿Quién lo hizo?
—No lo sé. No lo sé.
Súbitamente da por terminada la conversación. El clic del teléfono cierra un nuevo contacto y deja la sensación de que el iceberg de sus misterios apenas comenzaba a insinuarse. Su salud lo volvería a sumergir en el silencio.