Con estas palabras se dirige San Martín a sus ayudantes O´Brien y D´Albe aquella fría mañana del 5 de abril de 1818 mientras observaba el desplazamiento de las tropas realistas en los campos de Maipú.
17 días antes, el Ejército Patriota habría sufrido una impensada derrota en “Cancha Rayada”, que ponía en peligro, no sólo la libertad de Chile, sino el éxito de la campaña y la independencia de las Provincias Unidas.
Persuadido de esto, San Martín reagrupa sus dispersas fuerzas, contando como elemento principal a la Columna de Las Heras que había conseguido replegarse intacta amparada por la oscuridad.
El excelente nivel de instrucción alcanzado por sus tropas, unido a una férrea disciplina y espiritualmente convencidos de la causa Libertaria por la que luchaban, fueron los factores del éxito que permitieron al Gran Capitán, revertir la situación en tan poco tiempo y decidirlo a enfrentar a los españoles en Maipú.
En su arenga final a los Jefes, San Martín decía: “Esta batalla va a decidir la suerte de toda América, y es preferible una muerte honrosa en el campo del honor, a sufrirla por manos de nuestros verdugos”.
Enarbolando las banderas de Chile, la Rioplatense, una encarnada y al grito ¡Viva la Patria! se inician las acciones.
A las 5 de la tarde todo había terminado. San Martín dicta, de a caballo, un escueto parte de guerra que el cirujano Paroissien escribe con sus manos tintas en sangre: “Acabamos de ganar completamente la acción. Un pequeño resto huye; nuestra caballería lo persigue hasta concluirlo. ¡La patria es Libre!”.
Enarbolando las banderas de Chile, la Rioplatense, una encarnada y al grito ¡Viva la Patria! se inician las acciones.
A las 5 de la tarde todo había terminado. San Martín dicta, de a caballo, un escueto parte de guerra que el cirujano Paroissien escribe con sus manos tintas en sangre: “Acabamos de ganar completamente la acción. Un pequeño resto huye; nuestra caballería lo persigue hasta concluirlo. ¡La patria es Libre!”.
Esta victoria, la más reñida de la guerra de la Independencia Sudamericana, costó a los Patriotas la pérdida de más de 1.000 hombres entre muertos y heridos. Más que por sus trofeos, Maipú fue la primera gran batalla americana, histórica y científicamente considerada por su impecable conducción militar.
Por su importancia trascendental sólo pueden equiparase a la batalla de Maipú, la de Boyacá, que fue su consecuencia inmediata, y la de Ayacucho que fue su consecuencia ulterior y final; pero sin Maipú no habrían tenido lugar Boyacá ni Ayacucho.
Por su importancia trascendental sólo pueden equiparase a la batalla de Maipú, la de Boyacá, que fue su consecuencia inmediata, y la de Ayacucho que fue su consecuencia ulterior y final; pero sin Maipú no habrían tenido lugar Boyacá ni Ayacucho.
Vencidos los Patriotas en Maipú, Chile se hubiera perdido para la causa de la emancipación y con Chile, probablemente las Provincias Unidas, encerradas dentro de sus fronteras, anarquizadas interiormente y amenazadas por dos ejércitos vencedores por sus dos puntos más vulnerables, desde entonces inmunes.
Sin Chile, no se obtenía el dominio naval del Pacífico, la expedición al Bajo Perú se hubiera hecho imposible y Bolívar no hubiera podido converger hacia el Sur, aún triunfante en el Norte, y de hacerlo se hubiera encontrado con 30.000 hombres que le hicieran frente y el mar cerrado. Maipú quebró para siempre el nervio militar del Ejército Español en América y llevó el desánimo a todos los que sostenían la causa del rey desde México hasta Perú.
Tuvo, además, el singular mérito de ser ganada por un ejército derrotado e inferior en número a los quince días de su derrota, ejemplo singular en la historia militar.
Del lado español pueden sintetizarse sus consecuencias con estas expresiones: “El virrey Abascal dirá el 28 de agosto a su par de Nueva Granada que ‘la imaginación se resiste a convencerse cómo pudo suceder que un ejército completamente dispersado en un punto se rehiciese a los 15 días en otro, ochenta leguas distante, en disposición de batir a sus vencedores”.
Tuvo, además, el singular mérito de ser ganada por un ejército derrotado e inferior en número a los quince días de su derrota, ejemplo singular en la historia militar.
Del lado español pueden sintetizarse sus consecuencias con estas expresiones: “El virrey Abascal dirá el 28 de agosto a su par de Nueva Granada que ‘la imaginación se resiste a convencerse cómo pudo suceder que un ejército completamente dispersado en un punto se rehiciese a los 15 días en otro, ochenta leguas distante, en disposición de batir a sus vencedores”.
“El general Morillos, que al frente de una expedición peninsular de 10.000 hombres había arribado a Venezuela, al conocer los detalles de la batalla del Maipú, pronunciaba palabras melancólicas que hacían presentir la derrota fatal: “el desgraciado suceso de las armas de SM cerca de Santiago de Chile, me llena del más amargo pesar. Yo entiendo que el ejército del rey victorioso en Lircay con 5.000 hombres sobre 10.000 enemigos, habría sido batido igualmente contando con 55.000, por las mismas tropas y los mismos jefes que lo han destruido en el llano del Maipú”.
Así, el plan de Campaña Continental, cuya intuición tuvo San Martín en 1814 en Tucumán, era finalmente comprendido en todas sus consecuencias por el enemigo, que al anuncio de su segunda etapa ya no se consideraba seguro ni en la tierra ni en los mares, y presentía su total derrota en toda la extensión de la América Meridional.