Los Tehuelches


A los aborígenes aónikenk se les conoce también como Tehuelches y Patagones. Su territorio abarca desde el río Santa Cruz, hoy república Argentina, hasta el estrecho de Magallanes. Se piensa que esta etnia llegó a la zona magallánica alrededor de 12.000 años a.c. según algunos investigadores la palabra “aónikenk”, en su propia lengua, significaría “gente del sur”.

Su modo de vida:

Los Aónikenk fueron tribus nómades pedestres, cazadores-recolectores que se desplazaban por las estepas de la Patagonia en busca de animales para cazar y alimentarse. Antes de conocer el caballo hacían largos recorridos a pie, pero cuando los europeos trajeron este animal los aónikenk se transformaron en hábiles jinetes, los adoptaron como medios de transporte y pasaron a ser nómades ecuestres.

Se cuenta que al llegar la primera expedición de Hernando de Magallanes, en 1520, se produjo el encuentro entre un europeo y un aborigen austral. Éste habría sido un aónikenk al que Antonio Pigafetta describe como un hombre alto, corpulento y pies muy grandes. De ahí vendría también la denominación de Patagones.

Su estatura promedio llegaba al 1.80 m.

Hombres y mujeres eran robustos, de espaldas anchas, rostro grande, labios gruesos, nariz corta y ancha, ojos oscuros y pequeños. Tenían la piel cobriza, cabellos negros, lacios y largos hasta los hombros. Se pintaban el rostro de colores rojo, negro y amarillo cubriéndolo con líneas en una mezcla de grasa y tierras. Además, a veces se tatuaban el rostro o los brazos con finos cortes en loa piel que luego teñían con cenizas y tierras de color.

La familia Aónikenk:

Los Aónikenk formaban tribus compuestas de varias familias. El padre de familia ejercía autoridad en el hogar y a él debían obediencia la mujer y sus hijos e incluso también sus yernos y nueras.

Al llegar a la edad de casarse las muchachas se pintaban el rostro con una línea que corría desde el centro de la nariz hasta las orejas y desde allí se unía en el mentón. De esta forma manifestaban su interés en el matrimonio. El petrendiente “compraba” una esposa pagando con pieles de guanaco, sacos de plumas de ñandú o una cierta cantidad de tiempo de caza.

El matrimonio se consideraba aceptado cuando el padre entregaba a su hija al pretendiente que cumpliera con la dote y llevaba a la novia a su nueva vivienda. De ahí en adelante la mujer pasaba a ser posesión del marido. La distribución de las tareas era un tanto desigual. La función principal del hombre era cazar y traer el alimento al hogar. La mujer cocinaba, cuidaba de los niños, preparaba las pieles para las vestimentas, recolectaba leña, buscaba el agua, armaba, desarmaba y transportaba las viviendas, antiguamente a pie, posteriormente en las ancas de sus caballos. En el idioma de los aónikenk abundaba en consonantes, sobro todo de la letra k. como por ejemplo:

Aiken: lugar o paradero

Kon-aiken: lugar de vientos

Kaj: capa

Kau: toldo

Shotel-aiken: lugar de flechas

Sus vestimentas:

Los nativos aónikenkes o tehuelches usaban la piel de guanaco para cubrirse. Los hombres llevaban grandes capas, llamadas Kaj o Quillango, usando el cuero hacia fuera y la piel hacia adentro; las pintaban con motivos de zigzag, líneas y grecas en colores rojo, azul, amarillo y negro. No llevaba amarras, sino sólo se cruzaba en el pecho y se sujetaba con las manos. Las mujeres se cubrían con un manto largo que ajustaban sobre los hombros con un broche de metal, a menudo de plata. Bajo esta capa llevaban una camisa larga, sin mangas. Hombres y mujeres se adornaban con aros, prendedores, collares y cintillos de plata, cuero, conchas, huesos o plumas, e incluso algunos hombres se perforaban la nariz para colocarse una argolla. Como calzado llevaban botas o botines de piel de guanaco o zorro.

Sus viviendas:

Por ser un pueblo nómade, las viviendas de los aónikenk eran toldos livianos, cubiertos pieles fáciles de armar y desarmar, a los cuales llamaban Kau. La entrada era abierta y se protegía del viento con un trozo de piel a modo de puerta. El interior estaba dividido por pieles colgantes creando así varios compartimientos. La mujer elegía el lugar de instalación de la vivienda, parando en el lugar elegido por varias semanas o meses. A estos paraderos les llamaban “aiken”.

Sus alimentos:

El alimento fundamental fue la carne de guanaco y de ñandú asada al palo sobre las brasa. De estos animales usaban la piel, las plumas, sus huesos, su carne y sus huevos. Después que conocieron al caballo lo incorporaron también a su dieta alimenticia. Casi no comían pescado, tampoco vegetales y frutos puesto que en las estepas patagónicas no es fácil encontrar estos productos y los Aónikenk o tehuelches no lo consideraban indispensables. Sin embargo, fueron grandes consumidores de “yerba-mate” y tabaco.

Sus armas y herramientas:

Antes de la llegada de los europeos sus armas eran el arco y la flecha, pero cuando conocieron el caballo, no sólo cambiaron sus hábitos de caza sino también sus armas. Usaron con preferencia las lanzas, los lazos y las boleadoras, que eran pequeñas bolsas de cuero rellenas con piedrecillas o piedras del tamaño de un huevo y atadas a largas cuerdas. Cabalgando a gran velocidad en un caballo lanzando las boleadoras apuntando a las patas de los guanacos y ñandúes. También usaban estas armas contra los enemigos en los combates. Al tomar contacto con los colonizadores conocieron los sables, machetes e incluso las armas de fuego.

Los aónikenk fueron hábiles artesanos del cuero. Elaboraron monturas, correas y lazos y todo tipo de aperos para el caballo, incorporando así herramientas metálicas como formones, limas y hachas que trajeron los expedicionarios y colonos.

El baile y la música de los aónikenk:

Los aónikenk fueron, por lo general, personas alegres que se divertían celebrando fiestas y ceremonias en las que bailaban, bebían y comían hasta cansarse. A estas fiestas se les llamaba camarucos. Uno de los bailes típicos fue el “baile de los avestruces”, interpretado solo por hombres, mientras la mujeres acompañaban cantando alrededor de una fogata. Se pintaban el cuerpo de blanco, se vestían con un taparrabo y en la cabeza llevaban un tocado de plumas de ñandú. En el pecho se cruzaban un grueso cinturón de campanillas para llevar el ritmo de la música.

Uno de los instrumentos típicos se llamaba Kool, que era un pequeño arco de madera con cuerdas de crin de caballo. Se tocaba como un violín con un hueso de guanaco o ñandú. Este hueso se podía tocar también como flauta.

Sus creencias:

Para los aónikenk existían seres superiores que gobernaban todo lo que sucediera en la tierra y el universo. Uno de los más importantes era el Elal, creador de la vida, los animales y el mundo natural. Elal los protegía de gualicho, un ser malvado, causante de las desgracias que ocurrían a los hombres y a quien los aónikenk le tenían temor.

Creían en una vida futura, por lo tanto cuando morían envolvían el cadáver en una capa de piel de guanaco y lo enterraban junto a su caballo que lo acompañaría en su viaje al otro mundo. Podían sacrificar varios caballos, enterrados separadamente, por si el viaje era demasiado largo. Junto al difunto colocaban sus pertenencias valiosas y alimentos para el viaje.

¿Qué sucedió con ellos?

Los aónikenk o tehuelches también sufrieron el impacto de la cultura del os europeos. Sin embargo, aunque incorporaron más fácilmente las nuevas costumbres, tampoco se libraron de las enfermedades contagiosas, como la viruela, la tuberculosis. Al crearse las fronteras entre Chile y Argentina y comenzar la colonización perdieron sus tierras y no pudieron seguir desplazándose libremente por las pampas magallánicas. Finalmente los descendientes de aónikek que existían en chile a mediados de siglo XX., se mestizaron con los colonos o con miembros de otras etnias y hoy solo queda allí el recuerdo de algunas de sus costumbres y el nombre de ciertos lugares que evocan su lengua.