Montevideo estaba sitiado por el ejército de José Rondeau, de modo que los españoles tenían que hacer uso del mar para abastecerse. Frecuentemente una escuadrilla realista salía de Montevideo en dirección al Paraná, y sus hombres merodeaban las costas robando los ganados. Una expedición compuesta de once embarcaciones, que había salido de Montevideo con el propósito indicado, fue seguida paralelamente por tierra por el coronel de Granaderos a caballo José de San Martín, al frente de 125 hombres de su regimiento. Las fuerzas de San Martín se adelantaron, deteniéndose cerca de la posta de San Lorenzo, situada 26 kilómetros al norte del Rosario. En tal lugar existe el convento de San Carlos, en donde encerró San Martín a sus granaderos, de modo que la escuadrilla española no pudo observarlos, cuando los españoles desembarcaron, los granaderos sable en mano, los persiguieron obligándolos a huir despavoridos. Algunos se arrojaron al río desde la barranca y perecieron ahogados. En la persecución rodó el caballo de San Martín, que quedó apretándole una pierna. Un enemigo iba a clavarle la bayoneta, pero en el preciso instante se interpuso el sargento Juan Bautista Cabral, que salvó a San Martín y con él, como bien se ha dicho, la libertad de medio continente.
Fuerzas Enfrentadas
La Corona Española mantenía en Montevideo un apostadero Naval el cual era guarnecido con tropas de Marinería, Infantería y Artillería de Marina, las cuales participaron en la Reconquista de Buenos Aires en 1806 y en la defensa de la plaza en 1807.
El Reglamento de 1801 decretaba la creación de batallones voluntarios de infantería, caballería y artillería y en virtud del mismo existían algunos de dichos cuerpos. Luego de la primera invasión inglesa de 1806, varios nuevos cuerpos de voluntarios fueron formados con vecinos, los cuales recibieron instrucción militar en preparación para rechazar a los refuerzos que se sabía la corona inglesa enviaría para reforzar la expedición de Phopam.
Después de que los ingleses evacuaron Montevideo en 1807, todos los cuerpos voluntarios fueron fundidos en uno solo para defensa de la plaza denominado Voluntarios del Río de la Plata. Debido al alto porcentaje de población española, esta plaza permaneció fiel a la corona española durante los sucesos de 1810 y este cuerpo participó en la defensa de la plaza durante el sitio que comenzó en 1811.
Durante los inicios de la Guerra de Independencia Americana el ejército realista dependía en gran medida de los cuerpos voluntarios debido a que España misma estaba luchando su propia Guerra de Independencia contra el Primer Imperio Francés. Esto hacía imposible el envió de tropas y armamento a América salvo por los pocos refuerzos enviados desde Cádiz por el Depósito de Ultramar, los cuales fueron impulsados y en parte costeados por los comerciantes españoles que tenían interés que el comercio con América no se viera interrumpido.
Así llegan a Montevideo, entre 1811 y 1812, tres expediciones con un total de tan solo 293 hombres, luego de haberse perdido 475 en un naufragio en la tercera expedición. Por dicho motivo las acciones realistas en el Río de la Plata se limitaban a acciones de hostigamiento.
Las tropas españolas que formaban la fuerza de expedición en Enero de 1813 al mando del capitán Antonio Zabala estaba formada por elementos de infantería de marina y por Voluntarios de Infantería con asiento en Montevideo. No se conocen datos ciertos de la cantidad de efectivos que la integraban pero según los relatos se estima en aproximadamente 300 hombres.
Si bien cada cuerpo tenía su propio uniforme, todos los efectivos fueron vestidos de igual modo con uniformes de verano de brín blanco compuesto de chaleco de mangas largo blanco, hombreras blancas, vueltas y vivo encarnado. Si bien los relatos de época solo indican "divisa encarnada" suponemos que el cuello de los infantes de marina era encarnado, en cambio el de los voluntarios de infantería blanco por ser este el color del cuello de su uniforme.
El pantalón era de lienzo blanco, polainas blancas, por ser uniforme de verano, y zapato negro. El correaje era blanco y los morriones estaban cubiertos de paño de brin blanco. El oficial de artillería de marina que los comandaba vestía casaca corta azul con solapa, cuello, vueltas y botas color lacre, pantalón blanco ajustado y botas negras; morrión de pelo con chapa al frente con efigie de Fernando VII y la leyenda "viva el Rey". Es de suponer que tuviera botones dorados como usaban los cuerpos de marina, por lo cual las charreteras distintivas de su empleo debían ser también doradas.
Las fuerzas revolucionarias estaban formadas por 125 hombres del regimiento de Granaderos a Caballo y unos 58 hombres de Milicias de Santa Fe. Los Granaderos se presentaron con su uniforme de parada, que era una modificación del diseñado originalmente, consistente en frac (casaca) azul recta con cuello, faldones y botas azules con vivos carmesí y botón blanco. Las botas eran en punta truncada y en los faldones llevaban granadas amarillas.
El morrión era de cuero forrado de paño azul con bandas y cordones amarillos, penacho alto de lana verde y una Granada de metal Amarillo al frente. El pantalón era azul con refuerzo de cuero negro, botas altas y espuela de fierro en "s". En las lanzas portaban banderines amarillos y blancos por mitades. Los oficiales usaban sombrero elástico y las siguientes insignias: Coronel dos charreteras con pala negra con bordados de gorro frigio, sol y estrella de ocho puntas bordeada por un gallón entrelazado, siendo los bordados y los canelones del color del botón, en tanto los capitanes portaban tres galones estrechos en la bota del color del botón, los Tenientes dos galones y los Alféres uno.
En cuanto a las tropas de milicia no tenemos datos ciertos sobre la vestimenta con que se presentaron, pudiendo algunos ser con ropas de paisano, pero las milicias regladas de Santa Fe se uniformaban con chaquetas azules con divisa grana, centro blanco, botines negros y zapatos. Como cubrecabezas usaban gorras de suela negra con escarapela y penachos de lana blancos.
La Corona Española mantenía en Montevideo un apostadero Naval el cual era guarnecido con tropas de Marinería, Infantería y Artillería de Marina, las cuales participaron en la Reconquista de Buenos Aires en 1806 y en la defensa de la plaza en 1807.
El Reglamento de 1801 decretaba la creación de batallones voluntarios de infantería, caballería y artillería y en virtud del mismo existían algunos de dichos cuerpos. Luego de la primera invasión inglesa de 1806, varios nuevos cuerpos de voluntarios fueron formados con vecinos, los cuales recibieron instrucción militar en preparación para rechazar a los refuerzos que se sabía la corona inglesa enviaría para reforzar la expedición de Phopam.
Después de que los ingleses evacuaron Montevideo en 1807, todos los cuerpos voluntarios fueron fundidos en uno solo para defensa de la plaza denominado Voluntarios del Río de la Plata. Debido al alto porcentaje de población española, esta plaza permaneció fiel a la corona española durante los sucesos de 1810 y este cuerpo participó en la defensa de la plaza durante el sitio que comenzó en 1811.
Durante los inicios de la Guerra de Independencia Americana el ejército realista dependía en gran medida de los cuerpos voluntarios debido a que España misma estaba luchando su propia Guerra de Independencia contra el Primer Imperio Francés. Esto hacía imposible el envió de tropas y armamento a América salvo por los pocos refuerzos enviados desde Cádiz por el Depósito de Ultramar, los cuales fueron impulsados y en parte costeados por los comerciantes españoles que tenían interés que el comercio con América no se viera interrumpido.
Así llegan a Montevideo, entre 1811 y 1812, tres expediciones con un total de tan solo 293 hombres, luego de haberse perdido 475 en un naufragio en la tercera expedición. Por dicho motivo las acciones realistas en el Río de la Plata se limitaban a acciones de hostigamiento.
Las tropas españolas que formaban la fuerza de expedición en Enero de 1813 al mando del capitán Antonio Zabala estaba formada por elementos de infantería de marina y por Voluntarios de Infantería con asiento en Montevideo. No se conocen datos ciertos de la cantidad de efectivos que la integraban pero según los relatos se estima en aproximadamente 300 hombres.
Si bien cada cuerpo tenía su propio uniforme, todos los efectivos fueron vestidos de igual modo con uniformes de verano de brín blanco compuesto de chaleco de mangas largo blanco, hombreras blancas, vueltas y vivo encarnado. Si bien los relatos de época solo indican "divisa encarnada" suponemos que el cuello de los infantes de marina era encarnado, en cambio el de los voluntarios de infantería blanco por ser este el color del cuello de su uniforme.
El pantalón era de lienzo blanco, polainas blancas, por ser uniforme de verano, y zapato negro. El correaje era blanco y los morriones estaban cubiertos de paño de brin blanco. El oficial de artillería de marina que los comandaba vestía casaca corta azul con solapa, cuello, vueltas y botas color lacre, pantalón blanco ajustado y botas negras; morrión de pelo con chapa al frente con efigie de Fernando VII y la leyenda "viva el Rey". Es de suponer que tuviera botones dorados como usaban los cuerpos de marina, por lo cual las charreteras distintivas de su empleo debían ser también doradas.
Las fuerzas revolucionarias estaban formadas por 125 hombres del regimiento de Granaderos a Caballo y unos 58 hombres de Milicias de Santa Fe. Los Granaderos se presentaron con su uniforme de parada, que era una modificación del diseñado originalmente, consistente en frac (casaca) azul recta con cuello, faldones y botas azules con vivos carmesí y botón blanco. Las botas eran en punta truncada y en los faldones llevaban granadas amarillas.
El morrión era de cuero forrado de paño azul con bandas y cordones amarillos, penacho alto de lana verde y una Granada de metal Amarillo al frente. El pantalón era azul con refuerzo de cuero negro, botas altas y espuela de fierro en "s". En las lanzas portaban banderines amarillos y blancos por mitades. Los oficiales usaban sombrero elástico y las siguientes insignias: Coronel dos charreteras con pala negra con bordados de gorro frigio, sol y estrella de ocho puntas bordeada por un gallón entrelazado, siendo los bordados y los canelones del color del botón, en tanto los capitanes portaban tres galones estrechos en la bota del color del botón, los Tenientes dos galones y los Alféres uno.
En cuanto a las tropas de milicia no tenemos datos ciertos sobre la vestimenta con que se presentaron, pudiendo algunos ser con ropas de paisano, pero las milicias regladas de Santa Fe se uniformaban con chaquetas azules con divisa grana, centro blanco, botines negros y zapatos. Como cubrecabezas usaban gorras de suela negra con escarapela y penachos de lana blancos.
Desarrollo del Combate
El 3 de Febrero se presentó calmo y con cielo despejado. San Martín volvió a observar a la escuadrilla enemiga en donde se notaba intensa actividad por el movimiento de luces a bordo. San Martín recorrió el terreno donde presentaría combate con las primeras luces del día.
El terreno que separaba al monasterio del río era una planicie de 300 metros de largo sin obstáculos, perfecta para una carga de caballería.
En la costa una alta barrancas se elevaba desde el río desde el cual se accedía por medio de dos sendas, una frente al convento, llamada Bajada de los Padres, la cual era muy angosta, y ubicada al norte se hallaba la Bajada del Puerto donde la barranca era más baja y la pendiente menor, lo que hacía factible el avance de infantería.
San Martín ordena a su tropa a formar pie en tierra detrás del convento para ocultarse de la vista del enemigo y posiciona a los hombres de Escalada dentro del convento para cubrir la acción.
A las 5:30 de la mañana las fuerzas enemigas asomaron por la Bajada del Puerto formadas en columnas paralelas de compañías por mitades con dos piezas de artillería de a 4 al centro de la formación volcadas sobre vanguardia, sin patrullas de avanzada ni vanguardia que protegiera el avance de las columnas.
Viendo la formación con que avanzaba el enemigo, San Martín definió los movimientos de su ataque. La velocidad de la carga sería crucial para el desarrollo del combate porque imposibilitaría al enemigo a desarrollar una maniobras defensiva. San Martín observa el avance de las columnas esperando que avancen hasta una distancia en que su carga sea devastadora.
Bajó del campanario y ordenó montar a la tropa, tomando el mando del segundo escuadrón mientras que el primero estaría al mando del capitán Bermúdez a quien ordenó salir por el lado sur del convento y cargar sobre el flanco izquierdo del enemigo a la vez que el saldría por el extremo norte cargando al enemigo de frente.
Encontrándose con Bermúdez en el centro de las columnas enemigas impartiría las órdenes. Los escuadrones salieron al trote por ambos lados del edificio formando en línea de dos filas, la primera cargando con lanza y la segunda con sable.
Zabala se encontraba con sus 250 infantes a 300 metros del convento cuando lo sorprendió la visión de los granaderos emergiendo por el lado norte del convento. Apenas tuvo tiempo de ordenar que las cabezas de columnas de replegaran sobre las mitades de retaguardia cuando el toque de carga de los trompas del regimiento de granaderos atravesó el aire y el trepitar de los cascos de los caballos inundó el terreno. A la orden de "fuego" la primera descarga de fusilería y el disparo de los dos cañones abrió claros en la primera línea que atacaba cuando Zabala advirtió al escuadrón de Bustamante que lo cargab por el flanco izquierdo.
El Coronel San Martín encabezaba la carga cuando a pocos metros antes del choque, una segunda descarga realista impactó en la primera línea del escuadrón de San Martín la cual alcanzó a su Caballo y lo derribó quedando atrapada su pierna bajo el peso del cuerpo del animal muerto. Zabala al ver al oficial caído trató de avanzar a sus hombres para acabar con él con la intención de desbandar a su fuerza, pero la fuerza del choque se lo impide.
Igualmente algunos hombres llegan hasta el coronel caído e intentan darle muerte, el primero carga con su bayoneta sobre él y el granadero Baigorria lo alza con su lanza dejándolo sin vida, mientras el granadero Cabral echando pie a tierra liberó a su comandante quien tenía un corte en su mejilla. Cabral es herido de muerte, pero a costo de su propia vida salvó la de San Martín. En este entrevero el alférez Hipólito Bouchard capturó la bandera enemiga dando muerte al portaestandarte.
El primer escuadrón comandado por Bermúdez chocó contra el flanco enemigo unos instantes después de que lo hiciera el otro escuadrón ya que este tuvo que recorrer una distancia mayor, y la columna izquierda del enemigo no pudiendo resistirlo retrocedió con cierto desorden.
Zabala herido en el muslo por un lanzazo, buscó proteger un flanco con las barrancas, ordenó a su fuerza retroceder en esa dirección dejando abandonados los cañones y ordenó formar cuadro.
Bustamente al llegar al punto de encuentro ordenado por su superior encuentra a este herido por lo que toma el mando de la fuerza. Al ver retroceder a los realistas reagrupó a la tropa y ordenó otra carga la que se desarrollo al instante chocando sobre ellos antes de que pudieran terminar la maniobras de formar cuadro. Al ver la nueva carga, los buques españoles dispararon su artillería para cubrir a sus hombres. Bermúdez es alcanzado por un impacto en la pierna lo que lo pone fuera de combate mientras guiaba a sus hombres al choque.
La carga siguió su curso aunque sus comandantes estaban fuera de combate e impactó el mal formado cuadro español con tanta fuerza y vigor que estos se lanzaron en fuga en total desorden.
Los granaderos continuaron su persecución hasta el borde de la barranca por lo que algunos españoles, no pudiendo llegar a la Bajada, saltaron al río desde lo alto de las barrancas para poner a salvo su vida. En esta persecución cae prisionero el teniente Manuel Díaz Vélez al desbarrancarse su Caballo.
El combate se extendió por quince minutos, pero en los primeros tres San Martín había decidido la suerte de la jornada al aprovechar a la perfección las ventajas que Zabala le ofreció avanzando en columnas sobre una planicie sin obstáculos. San Martín solo tuvo que calcular el momento justo para lanzar su movimiento para no darle tiempo de reacción a su enemigo.
La victoria ya estaba yaciendo en los sables y lanzas de sus granaderos que habían sido templadas en las largas jornadas de entrenamiento.
El 3 de Febrero se presentó calmo y con cielo despejado. San Martín volvió a observar a la escuadrilla enemiga en donde se notaba intensa actividad por el movimiento de luces a bordo. San Martín recorrió el terreno donde presentaría combate con las primeras luces del día.
El terreno que separaba al monasterio del río era una planicie de 300 metros de largo sin obstáculos, perfecta para una carga de caballería.
En la costa una alta barrancas se elevaba desde el río desde el cual se accedía por medio de dos sendas, una frente al convento, llamada Bajada de los Padres, la cual era muy angosta, y ubicada al norte se hallaba la Bajada del Puerto donde la barranca era más baja y la pendiente menor, lo que hacía factible el avance de infantería.
San Martín ordena a su tropa a formar pie en tierra detrás del convento para ocultarse de la vista del enemigo y posiciona a los hombres de Escalada dentro del convento para cubrir la acción.
A las 5:30 de la mañana las fuerzas enemigas asomaron por la Bajada del Puerto formadas en columnas paralelas de compañías por mitades con dos piezas de artillería de a 4 al centro de la formación volcadas sobre vanguardia, sin patrullas de avanzada ni vanguardia que protegiera el avance de las columnas.
Viendo la formación con que avanzaba el enemigo, San Martín definió los movimientos de su ataque. La velocidad de la carga sería crucial para el desarrollo del combate porque imposibilitaría al enemigo a desarrollar una maniobras defensiva. San Martín observa el avance de las columnas esperando que avancen hasta una distancia en que su carga sea devastadora.
Bajó del campanario y ordenó montar a la tropa, tomando el mando del segundo escuadrón mientras que el primero estaría al mando del capitán Bermúdez a quien ordenó salir por el lado sur del convento y cargar sobre el flanco izquierdo del enemigo a la vez que el saldría por el extremo norte cargando al enemigo de frente.
Encontrándose con Bermúdez en el centro de las columnas enemigas impartiría las órdenes. Los escuadrones salieron al trote por ambos lados del edificio formando en línea de dos filas, la primera cargando con lanza y la segunda con sable.
Zabala se encontraba con sus 250 infantes a 300 metros del convento cuando lo sorprendió la visión de los granaderos emergiendo por el lado norte del convento. Apenas tuvo tiempo de ordenar que las cabezas de columnas de replegaran sobre las mitades de retaguardia cuando el toque de carga de los trompas del regimiento de granaderos atravesó el aire y el trepitar de los cascos de los caballos inundó el terreno. A la orden de "fuego" la primera descarga de fusilería y el disparo de los dos cañones abrió claros en la primera línea que atacaba cuando Zabala advirtió al escuadrón de Bustamante que lo cargab por el flanco izquierdo.
El Coronel San Martín encabezaba la carga cuando a pocos metros antes del choque, una segunda descarga realista impactó en la primera línea del escuadrón de San Martín la cual alcanzó a su Caballo y lo derribó quedando atrapada su pierna bajo el peso del cuerpo del animal muerto. Zabala al ver al oficial caído trató de avanzar a sus hombres para acabar con él con la intención de desbandar a su fuerza, pero la fuerza del choque se lo impide.
Igualmente algunos hombres llegan hasta el coronel caído e intentan darle muerte, el primero carga con su bayoneta sobre él y el granadero Baigorria lo alza con su lanza dejándolo sin vida, mientras el granadero Cabral echando pie a tierra liberó a su comandante quien tenía un corte en su mejilla. Cabral es herido de muerte, pero a costo de su propia vida salvó la de San Martín. En este entrevero el alférez Hipólito Bouchard capturó la bandera enemiga dando muerte al portaestandarte.
El primer escuadrón comandado por Bermúdez chocó contra el flanco enemigo unos instantes después de que lo hiciera el otro escuadrón ya que este tuvo que recorrer una distancia mayor, y la columna izquierda del enemigo no pudiendo resistirlo retrocedió con cierto desorden.
Zabala herido en el muslo por un lanzazo, buscó proteger un flanco con las barrancas, ordenó a su fuerza retroceder en esa dirección dejando abandonados los cañones y ordenó formar cuadro.
Bustamente al llegar al punto de encuentro ordenado por su superior encuentra a este herido por lo que toma el mando de la fuerza. Al ver retroceder a los realistas reagrupó a la tropa y ordenó otra carga la que se desarrollo al instante chocando sobre ellos antes de que pudieran terminar la maniobras de formar cuadro. Al ver la nueva carga, los buques españoles dispararon su artillería para cubrir a sus hombres. Bermúdez es alcanzado por un impacto en la pierna lo que lo pone fuera de combate mientras guiaba a sus hombres al choque.
La carga siguió su curso aunque sus comandantes estaban fuera de combate e impactó el mal formado cuadro español con tanta fuerza y vigor que estos se lanzaron en fuga en total desorden.
Los granaderos continuaron su persecución hasta el borde de la barranca por lo que algunos españoles, no pudiendo llegar a la Bajada, saltaron al río desde lo alto de las barrancas para poner a salvo su vida. En esta persecución cae prisionero el teniente Manuel Díaz Vélez al desbarrancarse su Caballo.
El combate se extendió por quince minutos, pero en los primeros tres San Martín había decidido la suerte de la jornada al aprovechar a la perfección las ventajas que Zabala le ofreció avanzando en columnas sobre una planicie sin obstáculos. San Martín solo tuvo que calcular el momento justo para lanzar su movimiento para no darle tiempo de reacción a su enemigo.
La victoria ya estaba yaciendo en los sables y lanzas de sus granaderos que habían sido templadas en las largas jornadas de entrenamiento.